Películas gays: Diario

Una invitación a hablar de películas con gays, de gays, sobre gays y que gustan a los gays. Aparecerán en esta página comentarios gays de películas específicas, de Laura a C.R.A.Z.Y., de La ley del deseo a Encrucijada de Odios, de Muerte en Venecia a Kiss Kiss Bang Bang

jueves, noviembre 23, 2006

Top Gun (Tony Scott, 1986)

Una cosa que me proponía en este blog era reflexionar sobre los límites del cine gay, así que en este diario quiero combinar títulos que todo el mundo se espera con algún otro más inusual que sirva para cuestionar la etiqueta. Hace unos años leí un artículo de Mark Simpson (en el libro Male Impersonators) que reivindicaba el carácter homo de Top Gun, una de las películas más representativas del cine comercial de la era Reagan (esto NO es decir gran cosa). Empiezo diciendo que no sé si acaba de convencerme este tipo de lecturas entre líneas (Simpson alega una relación de fascinación mutua entre el personaje de Val Kilmer y el de Tom Cruise, además de unas emociones homoeróticas entre el protagonista y su amigo Goose), pero aquí lo importante no es que la lectura funcione para mí, sino que funcione para el público en general. En lo que sigue me apoyo en el artículo de Simpson, no en mi propia visión de la película, pero estaría bien que la gente tuviera opiniones fuertes al respecto.

Bueno, como supongo que sabéis, el deseo del protagonista que pone en marcha la narrativa y da título a la película es el de ser un “Top Gun”, o sea “El mejor armatoste”, deseo fálico donde los haya. En cierto modo toda la película tiene el tema de “quién la tiene más grande”. Por no hablar (dice Simpson) de las evocaciones nada sutiles que trae la palabra “Top” como opuesto a “bottom”. Dado que los aviones hacen cosas asimilables a coitos y tienen una forma que también evoca sexo, pues la imaginería nos predispone a ver la cosa homoerótica. Ya digo, esto depende de la imaginación de cada uno.

Dada esta premisa, se podía haber optado simplemente por contar la historia y no abundar en lo que pudiera despertar más sospechas. Pues no. Como Simpson dice, en la película hay un par de escenas en que los protagonistas, en un grado de desnudez innecesaria, exhiben su virilidad. Es normal, diréis, que una película supure testosterona si se desarrolla en un ambiente militar, esto no la hace homoerótica. Eso es lo que pienso yo. Pero a veces creo que la puesta en escena va un puntín demasiado lejos en este sentido. Y ya se añade a lo anterior: la parafernalia y el ambiente obviamente sexualizado a través de la mirada estimula un fetichismo que es muy nuestro. Si en los tiempos de Harka y A mí la legión nos lo callábamos, pues ahora no.

Maverick tiene un conflicto tanto con Ice (Kilmer), que Simpson ve en términos de deseo como con el personaje de Kelly McGillis. Esto de nuevo tiene resonancias que a muchos no se le escaparon. La monitora tiene nombre de hombre. Y McGillis era una de las pocas lesbianas conocidas en Hollywood (acababa de tener un lío con Jodie Foster). Ya sé que me salgo de la narrativa, pero si a los rumores sobre Cruise (desarrollados por Ehrstein en un libro llamado Open Secret) se suman las certezas sobre su partenaire… bueno, que digo yo que si no quisieran dar lugar a malentendidos podían haberse esforzado por un casting menos ambiguo. Por si fuera poco, el romance está tratado en plan mamá-niño. Cruise tiene (aquí) su encanto, pero es un niñato. Y Kelly McGillis es una figura de autoridad que en cierto modo “le pone en cintura”.

El tercer foco de la película es la amistad entre Maverick y su amigo Goose. A la muerte de éste, Maverick se deprime profundamente y de hecho llega a fracasar en si misión. La verdad es que algo en lo que sí tiene razón Simpson es que parece que todo lo que le pasa en esta película (la relación con su padre, la competitividad con Ice, la amistad con Goose) es más importante que su relación con Kelly McGillis, que parece que está ahí como un gesto forzado y algo ritual.




Al final, Maverick pierde el puesto de Top Gun en la escuela (lo gana el rubísimo Val Kilmer, y algo nos dice que ese puede ser el principio de una hermosa amistad). Pero en su primera misión, el pelele chaparro y algo niñato que es Tom Cruise demostrará que él vale mucho.

En fin, que estaría bien que nos enzarzásemos en algún tipo de discusión sobre este tipo de película. Y de nuevo, si tenéis percepciones subjetivas, recuerdos, momentos compartidos, fantasías en torno a Top Gun, pues estaría bien hablar de todo ello.

martes, octubre 24, 2006

Lianna (John Sayles, 1983)

Hay un momento encantador en esta película que refleja perfectamente la experiencia de muchos de nosotros al salir del armario. Es una escena sencilla, sutil, pero de intensa empatía con los sentimientos de una mujer que aprende a ver el mundo con nuevos ojos. La protagonista, tras su primera noche en una discoteca de mujeres, pasea por la ciudad en un día soleado. El director John Sayles alterna planos de una liberada Lianna (Linda Griffiths) en continuo movimiento y de las mujeres a las que ve. Algunas son madres. Otras son hermosas. Y algunas son como ella. Los planos de las mujeres equivalen a una interrogación y combinan el deseo de la protagonista con el hecho de que es imposible saber si estas mujeres son o no son como ella. Pero ahora la posibilidad existe. Una de ellas incluso se da la vuelta y responde a su mirada (en la foto).

Es una escena liberadora y arquetípica, que, como tantas cosas en esta película, se refiere al proceso de salida del armario. Esta continua tipificación del proceso es la virtud principal de la película de Sayles, pero también un defecto que la lastra y que hace que no tenga un lugar tan privilegiado en el canon lésbico como Media hora más contigo, que se estrenó dos años después.


De hecho Lianna es una película que apenas citais en vuestros cuestionarios (creo que sólo una o dos de vosotras hace mención, incluso cuando os pregunto directamente). Es fácil ver por qué. Todo aquí es demasiado arquetípico. La película está tan pendiente de los rituales de la salida del armario (es epítome de este subgénero del cine gay) que olvida contar una historia específica. En sí esto no es malo. Era la primera vez que esta historia se contaba. Y las mujeres necesitaban imágenes de este tipo. También se echaba de menos un poco más de glamour. Autores como Russo alaban aspectos de la película, pero echan de menos elementos que sean realmente atractivos

Sin embargo son efectos perfectamente calculados que tenían un impulso político acorde con aquella época. Predominaba la hipótesis de que el cine hecho según estructuras clásicas acaba resultando inevitablemente patriarcal (es una teoría ya superada, pero entonces a ver quién se atrevía a cuestionarla), y buscaba alternativas en un cine feminista de la cotidianeidad, de aspecto casi documental (por ejemplo como el de Chantal Ackerman), con intervención autorial mínima. En la película se sigue la transformación de Lianna de mujer atrapada en un matrimonio erróneo a mujer independiente que se enfrenta a su primera decepción amorosa. Pero la ausencia de dramatismo parece sugerir que, realmente, eso son cosas que pasan, que la clausura narrativa es accidente y que la vida continúa.



Sayles es un director independiente, con un intenso compromiso político con cuestiones sociales. Se sitúa lejos de aproximaciones más atractivas (pero también explotadoras) del tema como Heavenly Creatures, de Jackson, de la que Wendy hablaba en el otro blog. Viene de la estirpe de Casavettes y otros directores independientes de los sesenta y los setenta, y en su haber está una de las películas fundamentales de los noventa (Lone Star), además de otras que exploran temas relevantes, como La casa de los babys (sobre mujeres que van a México a abortar), Limbo, Silver City (sobre corrupción política), Sunshine State, Passion Fish y la excelente Hombres armados (sobre guerrilla e indigenismo en América Central). Lianna es un intento honesto de hacer una película sobre la experiencia lésbica. Sus virtudes están en los pequeños momentos y no debemos esperar más. Otro ejemplo es la incomodidad y torpeza con que la protagonista sale del armario en la lavandería: “Soy gay”, dice a su vecina; “Y yo soy Sheila”, responde ésta. Como en muchas narrativas feministas del momento, se acentúa el espectro de relaciones entre mujeres (algo que ya vimos en el caso de Desert Hearts). En más de un sentido, como vemos, está anclada en las ideologías de su época. Y lo está hasta tal punto que corre el riesgo de carecer de interés una vez se saca de contexto. Ahora se espera que una narrativa tenga más fuerza. Sin embargo me atrevería a decir que no ha perdido sus valores didácticos (que forman parte de su ideario) y que la experiencia que cuenta sigue siendo relevante para muchas mujeres de hoy.

jueves, octubre 12, 2006

D.E.B:S. Espías en Acción (Angela Robinson, 2005)


Hay un tipo de cine que para nada aspira a ser considerado como “arte”. Tampoco quiere ser una declaración de principios ni quiere enseñarnos nada. Esta función del cine está presente desde sus orígenes como atracción de feria, y aunque la crítica seria lo ignora o no parece muy interesada, constituye el grueso de la producción mundial. El cine es un arte demasiado caro de producir como para poder permitirse ignorar el mínimo común denominador. Pero el cine popular no es necesariamente cine basura. El buen cine popular tiene cualidades que van más allá del entretenimiento. Sin duda, produce imágenes que inevitablemente tienen un contenido moral.

Esta introducción es relevante porque subraya un problema del cine gay: el público potencial no podía garantizar que una producción del montón fuera rentable. Así, el cine popular gay, se convierte en una especie extraña. Había homosexualidad en el cine comercial y había un cine gay de arte y ensayo. Pero hasta muy recientemente carecíamos de la “tercera vía” mayoritaria en el cine comercial. DEBS (película que no conocía y de la que me habló por primera vez alguien en este foro) es una película que muestra la posibilidad real de este tipo de cine gay comercial.



Como producto comercial carece, en mi opinión, de defectos. Cuenta con una realización sólida (este tipo de cine no aspira a más), un guión más ingenioso que la media, y una amplia gama de placeres que van desde la ironía hasta los meramente físicos. Es una película hecha para gente que simplemente quiere pasar el rato.

Su primer atractivo es de referencia a otras películas, de guiño sobre un género. En principio, parece una vuelta de tuerca sobre las películas de superhéroes (que, por cierto, tienen su público gay, especialmente si las dirige Bryan Singer) con una clara mirada irónica. Los amantes del género disfrutarán de los guiños: una agencia gubernamental ultrasecreta se dedica a reclutar, a través del selectivo, a alumnas de instituto que tengan madera de espías y superagentes. Entre las características que se buscan es saber mentir. En principio, la historia nos cuenta las aventuras de cuatro superagentes.

Imagino que un placer añadido para las espectadoras estadounidenses, ver sus rituales como alumnas de instituto reflejados: esa cosa ridícula de las ceremonias de graduación y es manera de tratar el hecho de “tener novio”, aquí todo es, creo, más flexible. En cualquier caso, este reconocerse en la cotidianeidad constituye el segundo atractivo de la película. La misión central a que se enfrentan las superagentes es eliminar a una presunta supercriminal (adolescente como ellas) Lucy Diamond; el problema es que la pobre está pasando por una crisis porque no llega a conocer a la mujer de sus sueños.

Sí, la mujer. Y esto se trata sin subrayarlo, como parte de la cotidianeidad a la que me refería más arriba. El modo tan desproblematizado en que se introduce el hecho es una de las cosas que hacen esta película especial. La supercriminal (acusada, entre otras cosas, de haber querido hundir Australia en el Pacífico) es atractiva, desenfadada y, en el fondo, buena chica. Como cualquiera del público.


Y antes de que las referencias al género de superhéroes se hagan pesadas, llegamos al nudo de la película. En cuanto Lucy ve a una de las superagentes, Amy, se enamora perdidamente de ella. Y es Amy quien se convierte en la protagonista. La narrativa gira entonces en torno a su dilema. Empieza a reconocer que ama a su enemiga, y esto es un problema no sólo porque Amy es agente y Lucy criminal, sino porque, claro, las superagentes han de ser hetero. Por otra parte, ser superagente es prestigioso, una tiene amigas y se siente integrada. Así que a lo largo de la película, tendrá que decidir entre irse con Lucy (la cual se irá reformando) o reprimir sus sentimientos pero conseguir su ambición.

El conflicto está brillantemente planteado. Sin grandes ambiciones ni discursos, la película nos convence de que uno debe hacer caso al corazón. Esto es una idea manida, claro, y muy frecuente en el cine comercial. Pero no tan frecuente cuando el corazón te dice que estás enamorado de alguien de tu propio sexo. Si el cine clásico en definitiva siempre declaraba que lo mejor era integrarse en los placeres que ofrecía el mundo heterosexual, aquí la felicidad para Amy es vivir con Lucy aunque tenga que renunciar a una brillante carrera. Los personajes están caracterizados con cuatro trazos, según estereotipos de la comedia adolescente, pero son efectivos y sus trayectorias son interesantes. Y por si fuera poco hay escenas de acción, persecuciones y efectos especiales que completan la diversión. El DVD parece enfocado a un mercado que incluye a los heteros (la cosa voyeurista que tienen con el lesbianismo), pero no os dejéis engañar: esto es una película gay y bien gay.

Ignoro el impacto que puede tener en adolescentes que se lo están pensando (chicos y chicas) pero a mí me entretuvo, me entretuvo y me hizo muy feliz. Quizá recordando que también pasé por ahí. Es verdad que todo es bastante irónico, pero en términos de representación y de atisbar cierta utopía (que tampoco está mal celebrar: no todo va a ser lamentarnos), va más allá de Brokeback Mountain. Y es que el cine popular, hecho con inteligencia, no será arte, pero nos despierta las emociones.

martes, octubre 03, 2006

Media hora más contigo, (Desert Hearts, Donna Deitch, 1985)

Pocas películas gays han tenido tanta importancia como Media hora más contigo. Probablemente ninguna ha sido esperada con tan altas expectativas sin defraudarlas. Todavía hoy, a más de veinte años, cuando las cosas se han normalizado bastante y las lesbianas no son una rareza en el cine de Hollywood (aunque sin duda el tratamiento de la experiencia lésbica deja bastante que desear), la película tiene su público: según las librerías gays de Madrid y Barcelona, es uno de los best sellers innegables en DVD, a pesar de que en España sólo se encuentra de importación (¿para cuándo una edición especial en zona 2?). Mis referencias en cualquier caso son sobre todo anglosajonas. Las nuevas generaciones pueden echar de menos muchas cosas, pero nadie niega que es una película que tuvo un significado muy hondo. Para este trabajo yo me pregunto, primero, si las lesbianas en España sintieron un impacto similar o si su éxito se debe sobre todo al hecho de que históricamente es una película ineludible.

Es algo que me planteo una y otra vez. Efectivamente algunas cosas hacen que los sentimientos que esta película despierta entre las estadounidenses puedan ser compartidos. Aquí hemos tenido hasta muy recientemente la misma pobreza de representaciones lésbicas. Podía llegar alguna, pero siempre era sórdida, o triste. El mito de la lesbiana triste era tan hegemónico como el del homosexual con pluma. Tampoco estoy seguro (es algo a investigar) de qué películas de tema lésbico llegaron a tener distribución en España durante los sesenta y setenta. ¿Alguien recuerda que circulase, por ejemplo, El asesinato de la hermana George? Pero aunque hubiera otros ejemplos, Media hora más contigo era especial. Se trataba de una historia cuya narrativa apuntaba al fortalecimiento de una relación sexual y emocional entre dos mujeres.
Se plantea como una doble trama de maduración. Una profesora universitaria, Vivian, llega a Reno, Nevada para llevar a cabo los trámites de su divorcio (el lugar es famoso porque se puede conseguir un divorcio rápido si uno reside ahí cierto tiempo: fue también escenario de una sección del clásico de Cukor Mujeres). A lo largo de la película irá rompiendo cadenas y se dejará llevar por sus sentimientos y por su sensualidad lésbica. En cuanto a la joven Cay que lleva una vida como lesbiana desproblematizada, liberada, bastante aceptada por su entorno, conocerá el verdadero amor y la verdadera pasión quizá por primera vez. La película está ambientada en los años cincuenta, aunque realmente podría tener lugar en 1985: el factor retro no se acentúa en absoluto. Se trataba de una historia sencilla, aderezada con otras relaciones entre mujeres. Este último aspecto identifica la película no simplemente como una historia sobre lesbianas, sino una historia desde la experiencia femenina.

Si el cine gay tiene un lugar histórico innegable, es éste: dar cauce a una experiencia individual, a historias de dificultades y logros, en primera persona. Hasta 1985 la experiencia lésbica se había contado en tercera persona. Las lesbianas eran siempre “ellas”, a veces monstruosas, a veces patéticas, pero siempre vistas desde el punto de vista heterosexual, como personas que no acababan de encajar en un orden establecido. Aquí el orden del mundo es lésbico. Está en la luminosidad del rostro de Patricia Charbonneau, en la sexualidad de su encuentro con Helen Shaver (el sexo entre mujeres rodado con pasión y cariño, en lugar de con intenciones provocadoras o decorativas), en el homoerotismo de la escena de la bañera, en la ambigua amistad con la amiga cantante.

Si hay un personaje que funciona como antagonista (aunque antagónicas son las reservas de Vivian) es la propietaria del hotel, “madre adoptiva” de Cay. Este personaje me parece interesante, porque no creo que la película diga que sus sentimientos son “en el fondo” lésbicos. De hecho uno de los hallazgos del film es reconocer una gama de emociones entre mujeres y decidir que entre ellas hay algunas que podemos llamar lésbicas y otras no. Esto va, me temo, contra la idea del continuo lésbico, así que igual es una impresión polémica que queréis discutir.

¿Alguna experiencia que queráis compartir sobre esta película? También me pregunto hasta qué punto os parece una narrativa “cercana”. Y si sigue funcionando: en mi opinión, tal como se desarrolla la historia, sigue siendo excepcionalmente relevante. No me parece una historia superada.

martes, septiembre 26, 2006

Su otro amor (Making Love), Arthur Hiller, 1982

Cuando, a raíz de cierta película reciente (que no mencionaré aquí) se ha hablado de la presencia de lo gay en el cine comercial, me venía muy a menudo a la cabeza esta película de 1982 (hace casi veinticinco años), así que decidí revisarla y reflexionar sobre su falta de impacto. Esto me ayuda a relativizar entusiasmos. Y sobre todo a distinguir entre los méritos de una película en términos de política gay por una parte, sus méritos como producto cinematográfico, por otra, y, por último, el contexto en que se recibe.

Su otro amor, la historia de un matrimonio (hetero) que se rompe porque el marido descubre que es gay, constituye un caso interesante (y aleccionador) al hablar de las relaciones entre homosexualidad y cine, entre representación y recepción. Históricamente se sitúa en un punto en que la normalización parecía estar a la vuelta de la esquina (justo antes de la larga marcha por el desierto a que da lugar la aparición del sida). Aquel año se estrenaron también Personal Best, Algo más que colegas, La trampa de la muerte (con el famoso beso entre Michael Caine y Christopher Reeve) y ¿Víctor o Victoria?. Por no hablar de Querelle. Y de hecho se trata de una película que parece hecha “con receta” para terminar con la tradición negativa de representación de la homosexualidad. Había un esfuerzo por "escuchar" las críticas de los gays a su representación en cine, especialmente después del escándalo surgido con A la caza en 1980. Los gays aparecen como atractivos, nadie muere, el marido decide que será gay, se va a Nueva York y encuentra piso y novio, y la mujer sigue con un puntito de afecto por él. Mucho buen rollo. Como vemos, parece todo un poquillo convencional, pero recordemos que se trataba de 1982, cuando todo esto era inaudito en el cine comercial. Se trataba de una película-acontecimiento (en clave muy menor) y se esperaba que el público fuera arrastrado por la novedad.

Cuando la vi en los ochenta, me llamó la atención el personaje de Harry Hamlin. Muchas cosas que hacía no acababa de entenderlas (tenía diecisiete años y vivía en un pueblo). Por supuesto yo entonces veía aquel estilo de vida como irrealizable. Lo curioso es que con los años llegaría el momento en que acabé con una vida muy similar... y no me di cuenta hasta que no la revisé la otra noche. Las películas hablan de nosotros incluso sin que lo sepamos. Hoy queda como otro documento de la vida gay en Los Angeles antes del sida (y curiosamente el personaje es algo neurasténico y preocupado por las enfermedades, además de pasarse la vida mirándose al espejo: las cosas no han cambiado tanto). El guionista Barry Sandler era gay: esto es importante porque su propia experiencia aparecía reflejada, y no las fantasías paranoicas que surgen cuando algunos heteros tratan de representar la vida gay. Esto daba frescura a la trama del personaje gay. Había una gran serenidad en aceptar “el estilo de vida gay”. Por otra parte, hay cautela en presentar el estilo de vida como algo envidiable. No sé si por no ofender al público hetero o porque, como muchos gays de su generación, Sandler tenía problemas con ser gay.


Lo importante aquí es que no funcionó comercialmente. Es muy difícil dar razones (y si fuera fácil, mejor darlas antes) pero puedo aventurar las mías. La película no llegaba a los gays, que estaban en otra onda. El personaje de Harry Hamlin no evoluciona, parece una imagen congelada. Es atractivo (y uno siempre piensa que los chicos atractivos gays carecen de problemas), pero carece de interés dramático, resulta difícil conectar con él. OK, no quiere pareja, no quiere nada, es feliz como está, aparece Zack, que prácticamente se enamora de él durante el fin de semana, él decide marcar distancias: ¿dónde está el problema? Cuando uno ha conocido chicos así, le resulta difícil interesarse: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Y el marido (Michael Ontkean) evoluciona, sí, pero cuando uno ha salido del armario, acaba por tener muy poca simpatía por las historias de casados indecisos. En este sentido, Gerardo Vera lo hizo mejor en Segunda Piel, ya que el casado Jordi Mollá está un poco mal de la cabeza y lleno de confusiones. Aquí se nos pide simpatía por un personaje que, como Mollá, no genera ninguna. También influye que sale del armario de manera algo geométrica (muy anglosajón, tiene tan poco deseo de carne…) y encima se enamora de buenas a primeras del primero que pilla, como si sólo pudiera concebir la vida gay emparejado. Chico, antes de casarte prueba un poco de qué va la vida. Inteligentemente, el guión nos ha convencido de que tienen cosas en común, pero esto es algo forzado. Y luego está Kate Jackson. Era mi “ángel de Charlie” preferido, así que entonces me pareció que estaba bien. Con los años, he cambiado de opinión. El personaje de la esposa está tratado con poca convicción sobre el papel y era necesario utilizar a una actriz que al menos transmitiese cierta fuerza. Kate Jackson no es esa actriz. Demasiado pizpireta, supongo. O demasiado vacía. O demasiado de celofán. No sabe transmitir la idea de conflicto. Ni de personaje.

El sida dio lugar a una crisis en la representación de la homosexualidad casi contemporánea con esta pelicula, así que los acontecimientos la borraron del mapa. La realidad gay necesitaba otras aproximaciones, el cariz del conflicto homo-hetero cambió, y Hollywood de repente no quería saber nada del tema (situación que no se remonta hasta principios de los noventa).

No sé si merece revisión, la verdad, a no ser que uno viva en un mundo de homos casados que descubren sus tendencias por sorpresa. Supongo que sigue habiendo de eso, pero menos. No es ni mejor ni peor que otras películas, y, para colmo, tampoco tiene los placeres excesivos de algo como A la caza. Si al menos el guionista (es sin duda una película de guionista) se hubiera tomado a sus personajes algo más en serio, en lugar de presentarlos como conceptos.

jueves, septiembre 14, 2006

Eclipse Total (Dolores Claiborne), Taylor Hackford

Ayer revisité esta espléndida película de Taylor Hackford. Está basada en un libro de Stephen King y supongo que esto afectó negativamente la recepción: hay gente que odia a este autor, y sus fans debieron de quedar algo decepcionados ante la falta de elementos truculentos. Dejando de lado la fuente, es una película que me emociona profundamente cada vez que la veo. En parte porque emplea uno de los motivos centrales del melodrama clásico: la relación entre una madre y una hija.

Es un motivo que, como espectador, y probablemente por razones de experiencia, para mí está muy cargado de sentimientos. De hecho, entre mis películas favoritas hay varias que exploran las relaciones entre madres e hijas. Además de que dan pie a momentos de explosión emocional y de sentimientos largamente reprimidos, es un cine que se presta a las interpretaciones de mujeres fuertes por parte de actrices. A pesar de sus amaneramientos, soy bastante fan de Jennifer Janson Leigh. Y Kathy Bates debería ser la actriz preferida de todo el mundo. Si hay una actriz que pueda hacernos creer que su personaje es capaz de matar, es Kathy Bates. También, y aquí supongo que las chicas tendrán algo que decir, encaja bastante bien con cierta iconografía lésbica. Y luego está Judy Parfitt. La hemos visto alguna vez en papeles secundarios. Aquí da una interpretación estremecedora. Fría, cruel, implacable. Y lúcida.

Pero esto son motivos muy de chico gay. Lo interesante de este visionado, es que ha coincidido con la lectura del libro sobre lesbianismo de Beatriz Gimeno. Tenía la cabeza llena de ideas al respecto y la película me ha servido de ilustración de algunas cosas que menciona la autora.

Porque uno de los centros de la película es, simplemente, una historia de amor entre mujeres. Está ahí, a mucha gente le pasaría desapercibido, pero realmente es el corazón de la película, y el personaje de la hija lo hace muy explícito. En la película hay dos tramas. Una la mencionada de la relación entre madre e hija. Otra, narrada en flashback, la de la relación entre dos mujeres. Dolores trabaja para una mujer rica que la maltrata. Pero también la maltrata su marido. Con el tiempo entre estas mujeres nace algo parecido a la solidaridad, quizá un modo rebuscado de amor. Ciertamente hay lealtad por parte de Dolores. La frase central de la película la pronuncia primero el personaje de Judy Parfitt, y la repiten las otras protagonistas: "En muchas ocasiones, la única posibilidad que le queda a una mujer es la de ser una cabrona". Ambas acaban por matar a sus maridos. Por supuesto esto no ha de ser leído de manera literal, pero hay que decir que, en términos de narrativa, ambos "se lo merecen". Es como cuando Thelma y Louise hacen estallar el camión. Es un acto de retribución comprensible por la existencia de hombres así. En cualquier caso, se sigue la tesis de que el lesbianismo puede (y soy consciente de que la tesis tiene sus oponentes) entenderse como solidaridad de mujeres frente a la explotación masculina.

Así, Eclipse total puede ser cine lésbico por dos motivos. Primero porque efectivamente es una película de mujeres. Segundo porque sugiere una tesis central al feminismo lésbico. No sé. Especialmente, ¿qué pensáis las chicas? ¿Es algo que os pareciese relevante? ¿Es una película que os parezca de especial interés? ¿Que os impacte? ¿Simpatizáis con Dolores y Vera? La narrativa ciertamente invita a ello...

Próximas películas: Trick, Bound, Ricas y famosas, Media hora más contigo

miércoles, septiembre 06, 2006

Presentación

Como apoyo a mi blog de cine gay (http://lizhamilton.blogspot.com) llevaré un diario con comentarios de películas que voy viendo para desarrollar mi proyecto.