Su otro amor (Making Love), Arthur Hiller, 1982
Cuando, a raíz de cierta película reciente (que no mencionaré aquí) se ha hablado de la presencia de lo gay en el cine comercial, me venía muy a menudo a la cabeza esta película de 1982 (hace casi veinticinco años), así que decidí revisarla y reflexionar sobre su falta de impacto. Esto me ayuda a relativizar entusiasmos. Y sobre todo a distinguir entre los méritos de una película en términos de política gay por una parte, sus méritos como producto cinematográfico, por otra, y, por último, el contexto en que se recibe.
Su otro amor, la historia de un matrimonio (hetero) que se rompe porque el marido descubre que es gay, constituye un caso interesante (y aleccionador) al hablar de las relaciones entre homosexualidad y cine, entre representación y recepción. Históricamente se sitúa en un punto en que la normalización parecía estar a la vuelta de la esquina (justo antes de la larga marcha por el desierto a que da lugar la aparición del sida). Aquel año se estrenaron también Personal Best, Algo más que colegas, La trampa de la muerte (con el famoso beso entre Michael Caine y Christopher Reeve) y ¿Víctor o Victoria?. Por no hablar de Querelle. Y de hecho se trata de una película que parece hecha “con receta” para terminar con la tradición negativa de representación de la homosexualidad. Había un esfuerzo por "escuchar" las críticas de los gays a su representación en cine, especialmente después del escándalo surgido con A la caza en 1980. Los gays aparecen como atractivos, nadie muere, el marido decide que será gay, se va a Nueva York y encuentra piso y novio, y la mujer sigue con un puntito de afecto por él. Mucho buen rollo. Como vemos, parece todo un poquillo convencional, pero recordemos que se trataba de 1982, cuando todo esto era inaudito en el cine comercial. Se trataba de una película-acontecimiento (en clave muy menor) y se esperaba que el público fuera arrastrado por la novedad.
Cuando la vi en los ochenta, me llamó la atención el personaje de Harry Hamlin. Muchas cosas que hacía no acababa de entenderlas (tenía diecisiete años y vivía en un pueblo). Por supuesto yo entonces veía aquel estilo de vida como irrealizable. Lo curioso es que con los años llegaría el momento en que acabé con una vida muy similar... y no me di cuenta hasta que no la revisé la otra noche. Las películas hablan de nosotros incluso sin que lo sepamos. Hoy queda como otro documento de la vida gay en Los Angeles antes del sida (y curiosamente el personaje es algo neurasténico y preocupado por las enfermedades, además de pasarse la vida mirándose al espejo: las cosas no han cambiado tanto). El guionista Barry Sandler era gay: esto es importante porque su propia experiencia aparecía reflejada, y no las fantasías paranoicas que surgen cuando algunos heteros tratan de representar la vida gay. Esto daba frescura a la trama del personaje gay. Había una gran serenidad en aceptar “el estilo de vida gay”. Por otra parte, hay cautela en presentar el estilo de vida como algo envidiable. No sé si por no ofender al público hetero o porque, como muchos gays de su generación, Sandler tenía problemas con ser gay.
Lo importante aquí es que no funcionó comercialmente. Es muy difícil dar razones (y si fuera fácil, mejor darlas antes) pero puedo aventurar las mías. La película no llegaba a los gays, que estaban en otra onda. El personaje de Harry Hamlin no evoluciona, parece una imagen congelada. Es atractivo (y uno siempre piensa que los chicos atractivos gays carecen de problemas), pero carece de interés dramático, resulta difícil conectar con él. OK, no quiere pareja, no quiere nada, es feliz como está, aparece Zack, que prácticamente se enamora de él durante el fin de semana, él decide marcar distancias: ¿dónde está el problema? Cuando uno ha conocido chicos así, le resulta difícil interesarse: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Y el marido (Michael Ontkean) evoluciona, sí, pero cuando uno ha salido del armario, acaba por tener muy poca simpatía por las historias de casados indecisos. En este sentido, Gerardo Vera lo hizo mejor en Segunda Piel, ya que el casado Jordi Mollá está un poco mal de la cabeza y lleno de confusiones. Aquí se nos pide simpatía por un personaje que, como Mollá, no genera ninguna. También influye que sale del armario de manera algo geométrica (muy anglosajón, tiene tan poco deseo de carne…) y encima se enamora de buenas a primeras del primero que pilla, como si sólo pudiera concebir la vida gay emparejado. Chico, antes de casarte prueba un poco de qué va la vida. Inteligentemente, el guión nos ha convencido de que tienen cosas en común, pero esto es algo forzado. Y luego está Kate Jackson. Era mi “ángel de Charlie” preferido, así que entonces me pareció que estaba bien. Con los años, he cambiado de opinión. El personaje de la esposa está tratado con poca convicción sobre el papel y era necesario utilizar a una actriz que al menos transmitiese cierta fuerza. Kate Jackson no es esa actriz. Demasiado pizpireta, supongo. O demasiado vacía. O demasiado de celofán. No sabe transmitir la idea de conflicto. Ni de personaje.
El sida dio lugar a una crisis en la representación de la homosexualidad casi contemporánea con esta pelicula, así que los acontecimientos la borraron del mapa. La realidad gay necesitaba otras aproximaciones, el cariz del conflicto homo-hetero cambió, y Hollywood de repente no quería saber nada del tema (situación que no se remonta hasta principios de los noventa).
No sé si merece revisión, la verdad, a no ser que uno viva en un mundo de homos casados que descubren sus tendencias por sorpresa. Supongo que sigue habiendo de eso, pero menos. No es ni mejor ni peor que otras películas, y, para colmo, tampoco tiene los placeres excesivos de algo como A la caza. Si al menos el guionista (es sin duda una película de guionista) se hubiera tomado a sus personajes algo más en serio, en lugar de presentarlos como conceptos.